domingo, 20 de abril de 2014

Adultos, adultos...

Esta reflexión lleva escrita semanas sin que me decidiese a publicarla. ¿Por qué? por la tristeza que me produce pensar que esta sea mi perspectiva de las cosas.
Me he dado durante días la oportunidad de cambiar de opinión, de tacharlo todo y empezar de nuevo impregnando mis palabras con trazas de optimismo. Pero siento reconocer que no lo he logrado.

¿Recordáis las películas Disney? Todas con su moraleja, sus protagonistas y sus villanos. Creo que si hay una con la que los niños no se asombraban de las cosas que sucedían, esa era la de Peterpan. Porque en Peterpan sucedían las cosas que realmente ocurren en la mente de los niños. Plasma fidedignamente la fantasía creativa propia de esa edad.

De niños podíamos ser algo distinto cada día. Hoy un shérif, mañana un pirata y pasado quizás eras médico. Ese día le molabas más a tu madre y tus abuelos ya te imaginaban cual indigne doctor.

Y en algún momento, sin ser tu consciente, perdemos esa capacidad creativa. En algún instante despertamos de nuestros sueños, de esos que se tienen estando ya despiertos, y nos damos cuenta de que ya no somos lo que queremos ser.
La vida deja de ser tan "guay". Las cosas no ocurren como creías que ocurrirían ni tienes esa libertad que tanto ansiabas (volar libre cual Peterpan).

Vamos cumpliendo años y lo que creíamos que nos identificaba va perdiendo su sentido.
Los sueños se estrellan contra las responsabilidades, las arrugas aparecen y las sonrisas se esconden. Ya todo no se limita a sacar buenas notas y dar vueltas con los colegas por la calle. De hecho, de esos colegas ya solo te quedan uno o ninguno. Te desvinculas de mucha gente, gente que creías importante y verdadera. Te vinculas a otra nueva que va llegando a tu vida y de la que no sabes si terminar de fiarte. Te planteas mil cosas por hacer y acabas no haciendo ninguna porque siempre surge algo más necesario, aunque no lo sea para ti exactamente.

Porque ser mayor te creaba expectativas. Ser mayor era irte a la cama cuando quisieras, sin lavarte los dientes incluso. Ser mayor era conducir, era hacer viajes con amigos. Ser mayor era no tener hora de recogida el sábado ni hora de desayuno el domingo. Ser mayor era fumar, era opinar pareciendo sabios y sin que te rebatieran la opinión.
Ser mayor era...
Qué minúscula debía ser la mirilla por la que nos asomábamos a la vida de nuestros mayores.

Y llega el momento de sacarte el DNI. Y lo vives como todo un evento. Sales fatal pero da igual, de hecho no lo sabes hasta años después, y ya sientes que eres algo más mayor. ¡tengo DNI tito! le dices a tus mayores, y ellos se esfuerzan por sonreír y aparentar que la cosa merece tal celebración, porque ellos saben que se empieza por ese documento pero que a partir de ahí lo que te definirá en la vida será eso: números. Bueno, números y letras, pero principalmente números: tu media de selectividad, tu nivel de estudios, tu sueldo, la marca y modelo de tu coche, tus años de hipoteca...y un sinfín de datos insignificantes que se supone que te definen.

Y así pasamos de ser "Peterpanes" a ser adultos. Pasamos de los castillos en las nubes y los algodones de azúcar a la mala leche y el humor de perros de nuestra particular interpretación de Capitán Garfio. Pero, ¿os habéis parado a pensar que quizá ese despiadado capitán no era tan malo? ¿No se os ha ocurrido que tal vez su único problema era que se había "vuelto" adulto?

martes, 8 de abril de 2014

"Tenemos que hablar"

"Tenemos que hablar" ¿Os imagináis utilizar esta socorrida expresión para algo distinto a una sobrevenida ruptura? No se...para algo bonito. Por ejemplo: cariño, tenemos que hablar. Ven, que quiero hablarte. Quiero contarte algo al oído, bajito, muy bajito, casi inaudito para tu cabeza, sólo para que lo oiga tu corazón.

Ven que quiero hablarte y decirte que confíes, que no te pierdas. Que no desaparezcas de este camino que te trajo a mi.

Ven que quiero agarrar tu mano, sentirla, acariciarla. Quiero que me cuentes qué tal tu día cuando acabe la jornada. Quitarte la camisa y oler tu cuello. Un masaje tal vez...o una cafetera de fondo, silbando bajito que el café ya está listo.

Quiero acompañarte en tus días grises y ponerles la banda sonora perfecta que arregle tu humor de perros. También quiero que me ciegue el brillo de tu sonrisa en tus días felices, y alumbres así mis bajadas de ánimo.

Quiero aconsejarte cuando lo necesites, y querer a los tuyos como los quieres tu.

Ven que quiero que sepas que soy yo ¿o es que no lo ves? Que soy yo quien quiere decirte  cada día "tenemos que hablar" sin que signifique lo mismo que para el resto. Porque ni tu eres común, ni yo soy ya normal.

viernes, 4 de abril de 2014

La clase de Filosofía

Estás cansado. Muy cansado. Hastiado ya. ¿Dónde puedes echar la instancia para volver a ser niño? ¿Dónde, las insaciables fuerzas y la creatividad para imaginar el mañana?
Estás decepcionado y harto de chocar siempre con obstáculos. Y si al menos fueron tus propios obstáculos...todavía, pero cuando ni tuyos son ¿qué haces? Cuando colaborar es insuficiente, cuando te tienes que manchar de fango hasta el cuello, y asfixiarte, y fatigarte por decisiones que no tomaste tu.

No hacerlo es otra opción, mantenerte al margen y permanecer inmóvil. Pero esa opción no te deja tranquilo. Te pisotea y pisotea la conciencia, no te deja disfrutar de tu "aislamiento", porque se aíslan los ojos, pero no el corazón. El corazón siempre tiene buenas intenciones. Y entonces vuelves a empezar. Y te implicas como buenamente sabes. Y nunca tiene fin. Porque hay túneles sin final. Hay vidas que sólo se alumbran por falsos fluorescentes que a menudo se funden, dejándote a oscuras y, una vez más, perdido.

Te sientes engañado y ni siquiera sabes por quién. ¿Qué menos que un culpable al que encararte no? Alguien a quien echarle las culpas de tu truncado camino. Y eso es peligroso. Buscar culpables siempre ha sido peligroso y además requiere de responsabilidad. La responsabilidad de ser justo y objetivo antes de alzar la voz y el dedo contra alguien. Pero de qué justicia valerte si la rabia de tu propia injusticia te pierde y te ciega.
"Yo soy yo y mis circunstancias". Claro. Y las circunstancias ajenas que te caigan en lo alto. De ésas no te hablaron en clase de filosofía, cuando ibas al instituto, contabas con 16 años de edad y tus preocupaciones se limitaban a aprobar exámenes y gustarle al chavalillo de turno.

La vida. El reloj al que no hace falta reemplazarle la pila. Cuando se acaba, se acaba para siempre, pero mientras dura, puede parecer un eterno infierno o un dulce y, a menudo, pequeño trocito de cielo azul, con su sol, sus nubes y sus pajaritos.