martes, 6 de enero de 2015

El lobo ¿feroz?

A veces nos gusta tanto el peligro...
Y hasta cuando tenemos la suerte de contar con unos, casi infranqueables, defensores a nuestra izquierda y derecha, a la vanguardia y retaguardia de nuestros desgraciada y fácilmente crédulos ojos, nos lanzamos al calor de inverosímiles historias que sabemos inciertas, pero que nos hacen sentir vivos para luego matarnos.


                    
                    
Un escalofrío que recorre tu espalda cuando un feroz pero, casi domesticable lobo, te gruñe al oído, y en tus adentros se retuerce un "no me gruñas lobito, que aún no ha salido lunita que te proteja....".
Y llega la noche y sin armas te adentras en un bosque donde no vas a encontrar abuela alguna. Y te vas a ver las caras con un excitante y peligroso cánido para morir matando.


Y el cuento cambia cuando al lobo se le va la fuerza por la boca, tropieza en su salto y se le rompen los que parecían unos afilados colmillos en el resplandor de la luna, y fuera ya de su fiera oscuridad, queda reducido a un pequeño perrito perdido. Y te baja los ojos y te esconde el rabo. Y no le ha dado tiempo a soltar aullidos a este pobre animal. Y más perdida está ahora Caperucita que nunca. Antes le excitaba el peligro del lobo. Ahora le apena la fragilidad del falso cordero.

Y es que el ser humano no es animal, por mucho que lo pretenda. Nos sobra conciencia y nos falta nobleza para cazar sólo por hambre. 
No te dotes de la impunidad que te confiere tu falsa grandeza.
No tires piedras a la Luna, lobito, si bajo su luz pretendes protección.
No desagradezcas la confianza que ella te otorga al creerte justo poseedor de la tranquilidad de su bosque. De la belleza de su claridad.