domingo, 26 de abril de 2015

Caramelos de café para una hambrienta de vida

Y en ese amargo momento, aquella desconocida que supuse octogenaria, me dio un pequeño codazo, me agarró la palma de la mano, y cerrándola con cariño, dejó dentro su caramelo de café, el cual escondía en la vuelta que le había dado a la manga de su rebeca negra.

Yo la miré sin saber muy bien qué pasaba y solo pude sonreír y darle un tímido "gracias" con la voz algo rota por lo inesperado del momento.

Automáticamente mi "yo" interior se preguntaba: ¿a partir de qué edad empezamos a calmar nuestras ansias glucémicas con sucedáneos del café, del regaliz o de la miel? Y reí para mis adentros, sabiendo que probablemente eso a mi no me pasaría, e imaginándome con 70 años comiendo donettes con mis nietos, y tirando por el water cualquier cosa parecida a un caramelo para la tos.

Y en ese instante, el amargo trago que tocaba vivir en aquella misa de difuntos, se fundió con el discurrir de mis pensamientos y con la mirada de aquella anciana, cuyos ojos profundos y cansados, pero que una vez fueron coquetos y vivos, me empujaron a reaccionar, y entender quién no quería ser, y de qué no me quería alimentar.

Y de repente, se me agotó la cobardía y me entró el apetito.